miércoles, 16 de abril de 2008

DESASIDOS DEL PODER DE DIOS


Desasidos del poder de Dios

El miedo a la muerte se convierte en una auténtica y real muerte diaria, como el miedo al fracaso, al más allá... ése es el verdadero mal, el verdadero verdugo, constante e implacable. Es consecuencia de nuestro rechazo rebelde a la voluntad de Dios, y a su cobijo amoroso. A nuestra pretendida suficiencia. ¡Y hay que ver lo mal que se vive así!

El hombre, como Adán tras su pecado, se esconde de Dios porque desconfía de su misericordia y echa mano a cubrirse, a ocultarse de Dios y ocultar su pecado. Adán todavía desconfiaba de Dios.

La serpiente le mereció más crédito que Dios (Génesis 3:7, 8). En lugar de entregarse al Señor y a su gracia y misericordia, trató de volver contra Él, la culpa del mal que había provocado su desobediencia.

David, cuando pecó, dijo: Caiga yo en manos del Señor que tiene muchas misericordias., Y fue perdonado (20 Samuel 24:14). Adán resistió y porfió. Así que se atrevió a reprochar a Dios: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí. (Génesis 3:12).

Aquí vemos en este pasaje nuestro propio retrato. Se trata siempre de atribuir a Dios y a los bienes que derrama sobre nosotros, la culpa de las consecuencias de nuestro orgullo y rebeldía. Desobedecemos y, claro está, nos sale mal el asunto. ¿Quién tiene la culpa? El hombre rebelde dice: ¡Dios!, y permanece en su pecado y condenación.

El cristiano dice: La culpa es mía y sólo mía, y mi pecado lo reconozco porque está delante de mí (Salmo 51:3, 4). Sólo me queda la misericordia de Dios. En ella me apoyo, y no en ninguna justificación que siempre es falsa y vana. Y soy perdonado, consolado y restaurado. Dios es mi Padre; nuestro Redentor perpetuo es su nombre (Isaías 63:16).
Rafael Marañón

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